“… esta verídica historia […] ¿Quién te ha dicho que no puede haber amor verdadero, fiel y eterno en el mundo...?” Mijaíl Bulgákov, El Maestro y Margarita.
I. Los manuscritos sí arden y los poetas también
Bulgákov es el buen hereje que ha de ser solamente por ser artista y cuya savia como al árbol es la libertad al escritor. Herejía para con la iglesia ortodoxa, pero no descreído1; herejía en fórmulas satíricas, alegóricas para con el sistema del terror estalinista. Como es sabido la hoguera, el silencio que consume, el postramiento es la muerte de los poetas, de los pensadores, no obstante la memoria es el bálsamo. Como en el Fahrenheit de Bradbury y contra la tradición de quemadores de libros que ha habido tantos en su versión fanática a lo largo de la historia, la memoria los salva (un hombre, un libro). Bulgákov, como así refiere en cuanto a El Maestro y Margarita2, quemó sus propios manuscritos3 por pura impotencia y desesperación y seguramente miedo ante el acoso4 de los burócratas/lacayos de Stalin5, pero más tarde los reconstruyó como de milagro, de memoria clandestinamente en 1932. Ya que no se ajustaban a los cánones estéticos del régimen, ni a la extrema ortodoxia política que imperaba. Luego aquellos manuscritos6 que no ardieron del todo fueron posteriormente reconstruidos a base de tesón y paciencia afortunadamente para la posteridad: Bulgákov vence la batalla después de muerto y la humanidad también; tal y como afirma categóricamente el satánico Vóland, es cierto que “los manuscritos no arden”. En efecto, Vóland tenía razón, pero también fueron necesarios la memoria y la resistencia de Bulgákov y Elena Bulgakova. Según Sergio Pitol, esta obra es “la grandeza literaria de nuestra centuria.”7
El Maestro y Margarita es una mixtura de la sátira con lo fantástico y con aderezos de lo grotesco8 y con trazas de la novela gótica9 contra la realidad opresiva y del Moscú de los años treinta; incluso una sátira que en algunos episodios se manifiesta con una violencia sangrienta e inmisericorde y, diría que, como si fuera la venganza imaginaria del escritor que tanto padeció el sistema. Bulgákov crea un mundo carnavalesco salvaje y operístico10, como las imágenes grotescas y macabras y pesimistas del pintor y escritor Gutiérrez Solana o las pinturas negras de Goya con sus aquelarres y rostros deformes, pero para la sonrisa melancólica de Tim Burton. Crea casi un retablo circense de lo imposible porque asombra. Vóland y su séquito inquieta, descuadra, desmorona el mundo de cualquiera por donde revolotean, de hecho en el desfile coral más de uno de los personajes títeres en sus potentadas manos acaba en el psiquiátrico, atravesado por esas mágicas inyecciones que bien conocía Bulgákov en su etapa de adicto a los estupefacientes. Bulgákov nos exhibe con cierto pesimismo risueño un mundo lleno de tinieblas, pero vencidas cuando aparece la luz de la misericordia y el amor en forma de luna llena…