menu

miércoles, 29 de mayo de 2019

Acerca de Historias de la Artámila de Ana María Matute

Por Daniel Espín López

“Escribo, pues, porque no estoy contenta. Porque no estoy conforme, ni dormida, ni ciega, ni muerta. En definitiva, porque el oficio de escribir es también una forma de protesta. Protesta contra todo lo que representa opresión, fariseísmo e injusticia.” Ana María Matute.

I. Artámila: La opresiva / La depresiva.


Artámila es el gran personaje que condiciona a sus hijos en un tiempo de miseria y de injusticia social, de un tiempo difícil de sobrellevar. Artámila es un tiempo y un lugar más hostil que acogedor: la España rural oprimida y deprimente en los años de la Oscuridad. Artámila es el escenario mítico en el corazón de Ana María Matute (como lo es para García Márquez, Macondo; o para el pesimista Onetti, la ciudad de Santa María). Ana María Matute les da a estas Historias un tono pictórico a neorrealismo lírico o, mejor dicho, a poesía rota como un cristal estrellándose contra la inevitable realidad en el suceso final siempre triste, conmovedor y pesimista, salvo para los que pueden huir, escapar de aquel encierro virtual, sin futuro: casi siempre los pudientes. Sus pobladores van acumulando rencor y resentimiento, ira ingobernable, frustración criminal o suicida, vahos alcohólicos, desesperanza, crueldad, melancolía, ignorancia e incultura, racismo barato y prejuicios perniciosos, etc. A sus pobladores sólo les resta soñarmás allá de los chopos lejanos”, y no siempre sueños plácidos; o imaginar, pero es sabido que no es fácil huir de su atracción gravitatoria…

    (En El incendio) “Para irse de aquel mundo que ni los cómicos podían soportar más de una noche.

La infancia, la niñez es otro lugar (dentro de éste) para Ana María Matute: los niños, los adolescentes protagonizan gran parte de estos cuentos con sus sueños, con sus alegrías, con sus desvaríos, con sus dolores. Pero, por pura fatalidad después del deseo, hasta los niños terminan por sucumbir a la realidad. 
   
    (En Don Payasito) (Lo ilusorio en quiebra, la presencia inapelable de la muerte, la pérdida de la inocencia) (Cuando hallan el cadáver de Lucas y el disfraz de Don Payasito en el baúl), “Las lágrimas nos caían por la cara, y salimos corriendo al campo. Llorando, llorando con todo nuestro corazón, subimos la cuesta. Y gritando entre hipos. – ¡Que se ha muerto don Payasito,...

o

    (En El río)(El resentimiento irascible, el asesinato del maestro alcohólico y maltratador, el remordimiento, el suicidio del niño Donato, la fragilidad de la vida), “A Donato no lo encontraron hasta dos días más tarde, hinchado y desnudo, en un pueblo de allá abajo, adonde le llevó el río.

Las historias de la Artámila es una forma de protesta, y así lo expresa Ana María Matute: “Escribo, pues, porque no estoy contenta. Porque no estoy conforme, ni dormida, ni ciega, ni muerta. En definitiva, porque el oficio de escribir es también una forma de protesta. Protesta contra todo lo que representa opresión, fariseísmo e injusticia.”

II. La felicidad. Filomena o El canto del ruiseñor a la luz del crepúsculo.


La filomena es, en los poetas clásicos grecolatinos y del Siglo de Oro, el ruiseñor: el que canta al crepúsculo antes que la noche cerrada caiga.

Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,
con la pesada voz retumba y suena.
La blanca Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida
dulcemente responde al son lloroso
.1

El personaje del cuento La felicidad, Filomena, entrega su canto al médico recién llegado a la Artámila. Es un canto que detiene a la noche en un crepúsculo eterno, pero las últimas luces del día emanan espectralmente del mismo personaje: beatitud y paz en su voz, en su rostro mientras relata al médico/testigo el alto amor que siente por su hijo zapatero en la ciudad.

Lorenzo escuchaba en silencio, y la miraba. La mujer, junto al fuego, parecía nimbada de una claridad grande. Como el resplandor que emana a veces de la tierra, en la lejanía, junto al horizonte. El gran silencio, el apretado silencio de la tierra, estaba en la voz de la mujer.”

Sí, nimbada. Palabra mágica. El fulgor de los santos, pero también el de los locos. Rostros resplandecientes en la oración, en el delirio. El médico/testigo entra en el delirio de doña Filomena, y le va meciendo; igual que al lector que también es abducido por la ficción de nuestro ruiseñor en este cuento. Sí, ese delirio mantiene a Filomena aún en pie, la mantiene con vida. Absolutamente nadie debería curar ese mal que en ella es una bendición. Creemos porque queremos, necesitamos creer sin más, no porque exista tal cosa…

El desenlace es emotivo y triste. El alguacil es el guardián de la verdad, el oráculo que revela lo oculto/lo inefable, y nos saca de nuestro trance crédulo al lector en las dos últimas líneas del cuento.

Decía Ana María Matute: “A mi juicio el cuento debe reunir tres indispensables condiciones: ser breve, redondo y jugoso como una naranja.”2 Y decir “el máximo posible con el mínimo de elementos materiales”. Y sin duda en éste, La felicidad, cumple con la regla.

III. Anotaciones...


El Incendio.
Muy lírico, rítmico (percusivo: cortas frases, repeticiones) en la descripción de la naturaleza de la Artámila, y en la narración poética de la primera experiencia sexual del adolescente. El delirio [en este caso hormonalmente provocado] inventa, la realidad a la luz del fuego nos despierta de tal invención: una imagen idealizada por el alquímico enamoramiento es sólo temporal hasta las cenizas, “Entonces la vio. Gritaba como un cuervo espantoso. Graznaba como un cuervo, como un grajo: desmelenados los cabellos horriblemente amarillos; la diadema de estrellas falsas con un pálido centelleo”, el adolescente cuando alborea el día (la realidad) es detenido por la guardia civil por su delito, por incendiar los carromatos de los cómicos, por la desesperación que le sobrevuela de continuo, “Bajo las rocas, un cuervo volaba, extraño a aquella hora. Un cuervo despacioso, lento, negro.”, al modo de una tragedia griega parece que las condiciones, la circunstancia insuperable del adolescente determina su destino, parece que no hay apenas margen de maniobra en la Artámila, casi, casi opera un determinismo naturalista3 del que no puede zafarse, que sojuzga al personaje, al Maestrín.

Don Payasito.
La soledad de don Lucas, el primer encuentro de los niños con la muerte frente a frente sin intermediarios, lo ilusorio en quiebra: pérdida de la inocencia.

La felicidad. (Véase arriba.)

Pecado de omisión.
Orfandad persistente (a veces faltan padre, madre o ambos en la Artámila), frustración vital, asesinato del padre adoptivo/patrón explotador, el que le sustrae de una educación (una omisión trágica) que tal vez le hubiera posibilitado otra vida en otro lugar fuera de la Artámila, una esperanza frustrada, el frustrado huérfano asesina a su endurecido e injusto protector a golpe de pedrusco, brecha ecónomica, social y cultural, clasismo, “Qué rara mano la de aquel otro: una mano fina, con dedos como gusanos grandes, ágiles, blancos, flexibles. Qué mano aquélla, de color de cera, con las uñas brillantes, pulidas. Qué mano extraña: ni las mujeres la tenían igual. La mano de Lope rebuscó, torpe. Al fin, cogió el cigarrillo, blanco y frágil, extraño, en sus dedos amazacotados: inútil, absurdo, en sus dedos.”

El río.
Los niños imaginan, ríen y lloran, padecen la Artámila como una experiencia vital de supervivencia, padecen el río de la vida y de la muerte, “Allí estaba el río, el gran amigo de nuestra infancia”, la imaginación como salvoconducto para escapar de aquella desangelada infancia en aquel rudo teatro de la posguerra y rural, las repetidas referencias al alcoholismo en la Artámila, resentimiento criminal, suicidio del niño Donato.

Los alambradores.
Marginación, zafio racismo teñido de odio, que pasa de padres a hijos, de unos a otros sin raciocinio (“Porque sí”), los alambradores querían trabajar, ganarse el pan honestamente (“Lo único que pide uno: que le den trabajo, sin molestar a nadie”), pero el muro de imposibilidad que alzan unas mentes cerradas sin pizca de generosidad, sin humanidad lo impide, (“No encontraron trabajo, no encontrarán. En el pueblo no caen bien los forasteros, cuando son pobres”), el hambre azuza como fatalidad e intentan robar una gallina, la niña quiere ayudar, no entiende porque no les dan trabajo a gente tan pobre que quiere trabajar, (“Nada. Nada podía hacer nadie. Estaba visto”), la niña entiende la injusticia flagrante, y experimenta la impotencia de resolverla, bella descripción poética, triste, sentida del desnutrido niño forastero como un indefenso pajarillo al que se le notan “sus huesecillos como alones”, “Caramelo llevaba los brazos levantados por encima de la cabeza y la espalda temblando, como un pájaro en invierno.”

La chusma.
Solamente basta con el título para detectar el tema, un rechazo visceral al forastero, al inmigrante: xenofobia de libro, algunos personajes gastan vehementes epítetos con hedor a odio, “la chusma”, “A una de esas negras ratas”, “¡Esos muertos de hambre!”, pero la perorata divertida del rastrero médico apunta mejor, “Estaban allí, todos alrededor, la familia entera, ¡malditos sean! ¡Chusma asquerosa! ¡Así revienten! ¡Y cómo se reproducen! ¡Tiña y miseria, a donde van ellos! Pues estaban así: el «Galgo», con la boca de par en par, amoratado… Yo, en cuanto le vi la espina, me dije: «Ésta es buena ocasión». Y digo: «¿Os acordáis que me debéis doscientas cincuenta pesetas?». Se quedaron como el papel. «Pues hasta que no me las paguéis no saco la espina». ¡Ja, ja!”, no obstante, también se da el opuesto, la generosidad de las buenas gentes que reúnen el dinero para pagar al mezquino médico (“el mala entraña”), y la compasión de otros personajes como la protagonista entristecida y, sobre todo, indignada por el suceso, “algo me subía por la garganta”, “No sé por qué, yo estaba triste, y parecía que también había tristeza a mi alrededor”,  tal vez el suceso le enseñara una lección amarga que nunca olvidaría, que la deshumanización y el prejuicio no vienen solos y le acompaña la dureza de corazón y/o la crueldad, “Salí con una sensación amarga y nueva”, el desenlace sorprendente se nos va pareciendo a crimen y castigo, el médico “Amaneció ahogado, más allá de Valle Tinto, como un tronco derribado, preso entre unas rocas, bajo los aguas negruzcas y viscosas del Agaro”, el río de la muerte se lo llevó a causa de un accidente ridículo.

Los chicos.
Eran sólo cinco o seis, pero les aterraban esos chicos “Llegaban entre una nube de polvo, que levantaban sus pies, como las pezuñas de los caballos”, “Porque nosotros temíamos a los chicos como al diablo”, “harapientos, malvados, con los ojos oscuros”, estos personajes (cuyos padres reos que trabajan en la construcción del pantano y de seguro muchos de ellos presos políticos) eran verdaderamente pobres, vivían en chabolas y covachas lejos de la aldea, el pequeño y delgado chico, vestido de andrajos, al que el gigante Efrén el abusón golpea hasta que escupe sangre, marcha malherido y cojeando de la cruel palestra hacia sus casitas infrahumanas donde malviven, la protagonista entiende con los ojos del corazón (“algo ocurrió dentro de mí”), “sentí ganas de llorar, no sabía exactamente por qué” contemplando al niño de las chabolas levantándose del suelo e irse, “Si sólo era un niño. Si era nada más que un niño, como otro cualquiera”, bien parece que ha sucedido en virtud de una distorsión de la mirada de los niños a través del miedo y el prejuicio inyectado desde el mundo de los adultos, no todo lo que parece, es: como una lección vital, el miedo y el prejuicio estorba al buen juicio y a la claridad, enturbia, Ana María Matute refleja la crueldad sin velos eufemísticos, la desproporción, Goliat machaca a David, “Había un gran silencio. Sólo oíamos el jadeo del chico, los golpes de Efrén y el fragor del río, dulce y fresco, indiferente, a nuestras espaldas.”, bella y terrible aliteración.

Caminos.
Abandono y maltrato de Barrito, descripción de un niño que ha sufrido lo suyo en su corto recorrido vital, “Barrito era un niño callado, como si no pudiera quitarse del todo su aire triste, huraño y como amedrentado.”, piedad maternal hacia el esmirriado niño, le adoptan, sobreviene la enfermedad en la vista de Barrito, podría quedarse ciego, pero “No tenían dinero. La operación era difícil, cara, y debían, además, trasladarse a la ciudad. Y luego no sólo era la operación, sino todo lo que tras ella vendría…”, Damián y Timotea quieren sacrificar lo más valioso que poseen: el caballo Crisantemo, Barrito por desgracia les escucha y trama un plan para desaparecer y no causarles un quebranto económico a sus amorosos padres, “Los Francisquitos le tenían como hijo de verdad, del corazón.”, o desaparece sin más pero no por voluntad propia, en este cuento Matute no determina raramente el final, nos lo deja abierto, nos deja un enigma tristísimo sin resolver, a la noche “Crisantemo volvía, cansado y sudoroso. Llegó y se paró frente a la puerta. Se oía, como un fuelle, su respiración fatigada. Sus ojos de cristal amarillento brillaban debajo de la luna4, frente a ellos. Crisantemo volvía desnudo y solo”, de siempre el caso de los niños desparecidos, el no saber de sus paradero, de sus destinos, eso es tan doloroso como el saberlo del todo, “Un gran frío entró en sus corazones”.

La fiesta.
Diferencia de clases, clasismo exacerbado, se les hacen llamar “los amos” como si los criados fueran sus perros, sus propiedades, “no eres un perro, para tener amo”, a Eloísa, la niña, se le llama sólo Eloísa, pero al hijo de los amos el rimbombante nombre completo, cuando el capricho de cuidar a la niña ya no interesa se la deja de lado, cosa que la niña Eloísa no entiende ni la resignada madre, se le recorta los privilegios que antes tenía porque entretenía a su ama su ansia de maternidad mientras tanto, ya hasta le molestan sus risas y ruidos infantiles, la madre de Eloísa muere e incluso hasta mientras estuvo enferma tuvo que faenar la tierra, y como Eloísa “no servía ni para coser ni para cocinar: era zafia, torpona, pesada.”, la pusieron de pastora, con inocencia Eloísa sueña con las fiestas patronales y con los bienes que le traerán, pero se las pierde durmiendo de cansancio, “dos días después, el niño que le subía [a la montaña] la collera la encontró muerta cara al cielo”, tal vez la frustración y la tristeza o la pobreza o todo junto, tal vez por un corazón que no ha resistido más, abunda Ana María Matute en las desgracias y la injusticias para con los niños en la Artámila.

El gran vacío.
Mateo Alfonso era hombre trabajador y generoso para todos pero, sobre todo, para su mujer (“esa víbora”, decían algunos) paralítica y de mal carácter, tal vez agriado, amargado por su enfermedad o sólo porque sí, “Todo el mundo quería en el pueblo a Mateo Alfonso, por su carácter apacible, manso y sufriente”, era hombre estoico de “ojos tristes”, los niños fueron espectadores de sus lágrimas más de una vez, después de la muerte de su mujer Mateo Alfonso decidió irse del pueblo a la ciudad por si le acogieran en el asilo de ancianos, la descripción de su casa abandonada, cerrada y en ruinosa decadencia [El gran vacío, como gran ausencia], dañada por la intemperie, da pie a rebuscar en la memoria, “Recuerdo a Mateo Alfonso cada vez que paso por la puerta cerrada de su vivienda”, solamente restan las cenizas sin más, de lo que fue, hay reminiscencias románticas en la descripción de la casa tomada por la naturaleza, “entre pajares semiderruidos por las lluvias y el viento y casonas cuarteadas por los años, con escudos rotos a pedradas y calcinados por el sol sobre las puertas. Anidaban las golondrinas y las lagartijas entre las junturas y tras el muro de piedras caídas, ruinoso por las crecidas. En las noches de tormenta el río bajaba empinado, casi fiero, estriando el muro.”, la ausencia como lo que desaparece delante de nuestros ojos tal vez para siempre, o en forma de nostalgia, añoranza porque esperamos a que retorne aquello que amamos alguna vez.

Bernardino.
Bernardino era un niño mimado”, de buena familia, de familia bien, y nunca iba solo más allá de los muretes de su casa, tenía prohibido hacer lo que hacían los demás niños, pero era incapaz de hacer daño a nadie, tenía un perrito llamado Chu, cosa que envidiaban los demás niños,  Mariano Alborada, el niño al que apaleaba su propio padre, y otros inopinadamente por pura crueldad, por envidia torturan a su perrito Chu, “Habían atado a Chu por las patas traseras y le habían arrollado una cuerda al cuello, con un nudo corredizo. Un escalofrío nos recorrió: ya sabíamos lo que hacían los de la aldea con los perros sarnosos y vagabundos. Bernardino se paró en seco, y Chu empezó a aullar, tristemente. Pero sus aullidos no llegaban a «Los Lúpulos». Habían elegido un buen lugar.”, furia irracional, de posesa cólera, de los niños torturadores, extorsionan a Bernardino y, a cambio de la paliza que le darían a él, le devolverían el perrito, hubo algunos defensores de Bernardino y el Chu, pero con ínfima fuerza de convicción o por miedo, “Fuimos cobardes y nos apiñamos los tres juntos a un roble. Sentí un sudor frío en las palmas de las manos.”,  Bernardino aceptó el cruel trato y fue apaleado, “A cada golpe mis hermanos y yo sentimos una vergüenza mayor. Oíamos los aullidos de Chu y veíamos sus ojos, redondos como ciruelas, llenos de un fuego dulce y dolorido que nos hacía mucho daño.”,  en todo caso, sus defensores pasivos no son indiferentes a tan cruel suceso, Bernardino aguantó la paliza con flema y valentía (como sparring boxeístico) y recuperó a Chu, “Bernardino se acercó a Chu. A pesar de las marcas del junco, que se inflamaban en su espalda, sus brazos y su pecho, parecía inmune, tranquilo, y altivo, como siempre. Lentamente desató a Chu, que se lanzó a lamerle la cara, con aullidos que partían el alma.”, y cuando ya alejado de aquel público, de la gente que hubo alrededor entonces, por fin rompió a llorar desesperadamente “abrazado a su perro”.

El Mundelo.
El Mundelo vino de lejos para trabajar en la mina, no tenía familia, “era un hombre solitario, taciturno y de pocos amigos. Ninguno de los mineros gozaba en la aldea de simpatías, pero quizá era el Mundelo el mejor tolerado, por no ser alborotador ni armar pendencias.”, el Mundelo un día enfermó de la enfermedad de los mineros por el plomo, pero la desgracia no vino sola: en uno de esos sábados cuando cobran el jornal y se dan a la bebida demasiado, “Entonces, el Mundelo sacó la navaja y le abrió el vientre al Lobuno.”, le detuvo la guardia civil, pero en el trayecto a los juzgados el tren donde viajaban descarriló, el Mundelo emprendió el salvamento de los que pudo, “Dicen que el Mundelo se pudo escapar y no lo hizo. Dicen que el Mundelo salvó muchas vidas…”, fue indultado por su buen comportamiento en el accidente, al retorno a la aldea le esperaban hombres, mujeres, niños con piedras y a pedradas le expulsaron, “Y, de pronto, de aquellos ojos negros cayeron unas lágrimas redondas, brillantes a los últimos rayos del sol. Llorando, como un niño pequeño, el Mundelo cogió de nuevo el camino y se alejó.”, por el prejuicio, por la incomprensión, por la falta de caridad, por el poco raciocinio demostrado les conoceréis a cierta grey, rebaño de artámilos armados de cierta crueldad, el irracional rebaño. Es la carcoma y es, diría, casi un personaje presente que va socavando, royendo lo bueno de la especie, casi como una fatalidad en la Artámila.

El rey.
Descripción impresionista, pictórica de la escuela y su entorno, Dino es un niño paralítico, deforme de nueve años que vive en el edificio de la escuela, sin embargo no acudía a ella, “y se pasaba la vida sentado en un pequeño silloncito de anea, junto a la ventana. Así, sin otra cosa que hacer, miraba el cielo, los tejados, el río y el sauce: desde los colores dorados de la mañana a los rosados y azules de la tarde.”, todos le querían y no creo que fuera infeliz, muere el maestro y traen un sustituto, don Fermín, afable, triste y pensativo, “Desde que murió mi mujer que ando por el mundo como perdido.”, don Fermín quiso que el pequeño Dino pudiera alfabetizarse y le daba clases privadas, “Dino y don Fermín se hicieron amigos.”, y aprendió rápidamente a leer y escribir, eso de las letras y las historias de don Fermín a Dino le hacían soñar, aunque la madre eso de que le hiciera soñar lo recelaba, “Es la vida tan dura, luego”, temía que terminara todo en frustración, “Lo único que sé, como usted, es que la vida, de todos modos, es siempre fea. Por eso, si una vez, sólo una vez, la disfrazamos…”, don Fermín quería que tuviera alguna ilusión en Navidad, quería que tuviera alguna alegría, “El tiempo ya se encargará de amargársela…”, el rey Melchor le traería por primera vez a Dino algún regalo por obra del maestro, “sus ojos brillaban [de Dino], como las hojas del otoño bajo la lluvia. Dorotea, que les oía desde la cocina, movía la cabeza, medio sonriente, medio triste.”, la ilusión, lo ilusorio es una arma de doble filo que hay que gestionar con cuidado, “He pensado que tenía usted razón: mejor será no despertar al niño esta noche… que crea que el rey vino cuando él dormía. Tenía usted razón mujer: la vida es otra cosa. Mejor es no llenarle al chico la cabeza.”

La conciencia.
Mariana hospeda por caridad a aquel vagabundo viejo y andrajoso, aunque con recelo, el vagabundo se toma poderes y familiaridades que no le han dado que hacen enfadar a Mariana, el recelo comienza a convertirse en miedo, parece que el extraño sabe algo que le reconcome a Mariana su conciencia, tal vez alguna infidelidad, algo que ha visto el viejo, eso dice, el resto lo remueve la culpa en la conciencia, Mariana se casó con Antonio, un hombre quince años mayor que ella, Antonio era un hombre rico y Mariana era sólo aparcera, pero a quien quiso de verdad era a otro pretendiente también aparcero, Constantino, “Mariana sentía la fijeza de sus ojos grandes, negros y lucientes, y temblaba.”, Mariana percibe en el vagabundo una amenaza, y le expulsa de su paraíso temporal: buenos guisos y buen vino, todo ha sido un juego avieso para sacar provecho de su mala conciencia: el vagabundo nunca supo nada, “Naturalmente, señora posadera, yo no vi nada. Vamos: ni siquiera sé si había algo que ver. Pero llevo muchos años de camino, ¡tantos años de camino! Nadie hay en el mundo con la conciencia pura, ni siquiera los niños. No: ni los niños siquiera, hermosa posadera. Mira a un niño a los ojos, y dile: «¡Lo sé todo! Anda con cuidado…». Y el niño temblará. Temblará como tú, hermosa posadera.”.

La rama seca.
La soledad, la enfermedad y la muerte de una niña (quizá, ¿de tristeza?), la amistad para con ella de su muñeca Pipa5 a la que insufla vida e inviste de alma a esa rama seca6 (que es Pipa) a través de la imaginación (tal vez como hicieran las religiones animistas), la compasión para con la niña de doña Clementina, “Por piedad la miraba de cuando en cuando y se aseguraba de que nada malo le ocurría.”, el egoísmo indolente, el cainismo del hermano de la niña, Pascualín, el que roba y entierra a la muñeca bajo los ciruelos por hacer daño, la desolación de la niña ya enferma porque echa de menos a Pipa, doña Clementina intenta hacerle olvidar a Pipa con otra muñecas, pero la niña sólo quiere a su Pipa que es irremplazable, muere la niña tal vez por la pobreza que no le concedió la posibilidad de recuperarse de esas fiebres, o tal vez por la melancolía de haber perdido su amada muñeca, doña Clementina encontró a Pipa enterrada bajo los ciruelos en primavera como si fuera los primeros signos de la vida después del invierno, “¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara tan hermosa y triste tiene esta muñeca!

Los pájaros.
El guardabosques y su hijo viven alejados del pueblo y, diría, que literalmente en todos los sentidos, el prejuicio también pesa sobre la protagonista de nueve años (que lo cuenta en primera persona), los prejuicios (que se transmiten de unos a otros como las enfermedades infecciosas y cuyo su único bálsamo es la razón)7, entrañan algo ácido que corroe el buen juicio, “me vinieron a la memoria las feas historias que había oído en la aldea acerca de ellos.”, hasta el punto de sentir un miedo intenso cuando llegó a su choza y al verle y echando a correr la niña cayó por el terraplén, el guadabosques le cura la rodilla, le da de comer, entonces el prejuicio como de repente deja de enseñorearse, “Viéndole la cara de cerca, mientras me restañaba con mucho cuidado la mejilla, pensé que era un hombre como cualquier otro de la aldea.”, “Noté que mi miedo por él había cesado.”, “Me miró fijamente. Pensé que tenía unos ojos quietos y tranquilizadores.”, Luciano, el hijo del guardabosques, quedó con ella mientras su padre fue a avisar al abuelo de la niña, Luciano le enseña los pájaros en una bella imagen: la algarabía cada vez más ensordecedora de los pájaros, el reclamo que Luciano hacía sonar para que le cubrieran, “Tenía los brazos y los hombros cubiertos de las avecillas grises y amarillentas, de aquellas alas que brillaban y batían con un sonido metálico.”, “brillaba el árbol de Luciano con sus mil pájaros de oro.”, la niña experimenta el resplandor de la vida en una visión mística, mitológica, poética del roble, de los pájaros, de las últimas luces de la tarde, del otoño ya frío, de Luciano cubierto de avecillas del bosque8, “¡qué bellos parecían allí, enrojecidos por la luz de septiembre, gritando algo que yo no sabía comprender!”, “me pareció que a nuestro alrededor todo brillaba de un modo exasperado y grande: la hierba, el cielo, la tierra y la flor venenosa del arzadú9, que no se debe nunca morder.”, antes del invierno Luciano murió cayendo de un árbol, curiosamente las ropas de ese mágico niño por extraña ironía vistieron el espantapájaros de la huerta de la niña, pero era un espantapájaros que atraía a los pájaros en vez de asustarlos, como si fuera el espíritu de aquel niño, aquel pájaro, “Todos somos pájaros. Unos malos pájaros, ¿sabes? No podemos ser otra cosa...”.

El ausente.
Luisa y Amadeo, el minero: un matrimonio extraordinariamente agriado, desgraciado, sin amor, sin hijos, Luisa rememora el amor de su juventud, Marcos, “A la memoria le venía un tiempo feliz, a pesar de la pobreza.”, pero sus caminos se apartaron el uno del otro, Luisa siente un enorme resentimiento y amargura e incluso odio, un día Amadeo no regresó y la ausencia de él llenó la casa, “De pronto, tuvo miedo. Un miedo extraño, que hacía temblar sus manos. «Amadeo me quería. Sí: él me quería».”, Amadeo era un hombre triste, de pocas palabras, tal vez, herido por la vida tan dura que ha llevado, “Pensó rápidamente en el hijo que no tuvieron, en la cabeza inclinada de Amadeo. «Triste. Estaba triste. Es hombre de pocas palabras y fue un niño triste, también. Triste y apaleado. Y yo: ¿qué soy para él?».”, “tuvo una infancia dura, una juventud amarga. Amadeo era pobre y ganaba su vida —la de él, la de ella y la de los hijos que hubieran podido tener— en un trabajo ingrato que destruía su salud.”, la incomunicación, la incompresión ha amargado aun más la vida conyugal de ambos, la que tal vez podría haber sido más satisfactoria si hubieran hablado más para conocerse mejor, para quererse tal vez, para no amontonar tantos malos sentimientos con los años, lo comprendió: que la soledad sería una consecuencia no deseada e inició la búsqueda de su marido, “Volvió llena de desesperanza.”, “«Sólo tenía en el mundo una cosa: su compañía». ¿Y era tan importante? Buscó con ansia pueril la ropa sucia, las botas embarradas. «Su compañía. Su silencio al lado. Sí: su silencio al lado, su cabeza inclinada, llena de recuerdos, su mirada».”, la ausencia de Amadeo empieza a parecerse a una sombra cada vez mayor agigantándose por momentos, “La casa estaba vacía y ella estaba sola.”, pero retornó a casa, “Amadeo tragó algo: alguna brizna, o quién sabe qué cosa, que mascullaba entre los dientes. Pasó el brazo por los hombros de Luisa y entraron en la casa.”, flujo de la conciencia10, monólogo interior, pensamientos audibles, alterna recuerdos, emociones, dudas, culpa, dolor, soledad, desamor, odio, rencor, remordimiento, etc, en una frenética galería interior de brevísimo recorrido en el tiempo.

La envidia.
La pequeña narradora (testigo) es espectadora de cuanto hablan los adultos (las criadas y criados de su casa), hablaban del pecado de la envidia, Martina es una mujer fuerte y valerosa, “Yo estaba convencida de que Martina estaba hecha de hierro y de que ninguna debilidad cabía en su corazón.”, Martina narra de cuando era niña y tuvo envidia de una preciosa muñeca/títere que manejaban los cómicos del Teatrín de títeres cuando llegaron a la aldea, envidiaba poseerla, “¡Ay, Dios, un sueño parecía! Viéndola, a mí me arañaban por dentro, me arañaban gatos o demonios de envidia, y pena y tristura me daba, he de confesarlo.”, tanto la deseaba que quería también irse con los cómicos, “le pedí que me llevaran con ellos: por Dios y por todo, si me querían llevar con ellos, que, bien lavada y peinada, podía serles como de muñeca.”, los cómicos como símbolo de escapar, huir de su circunstancia (de la Artámila y de su familia non grata), la muñeca como símbolo de compañía contra la soledad, de la alegría de la imaginación contra lo prosaico, la crudeza de la vida.

El árbol de oro.
En primera persona11 la niña narradora recuerda los días de escuela con la señorita Leocadia, “Recuerdo especialmente a un muchacho de unos diez años, hijo de un aparcero muy pobre, llamado Ivo. Era un muchacho delgado, de ojos azules, que bizqueaba ligeramente al hablar. Todos los muchachos y muchachas de la escuela admiraban y envidiaban un poco a Ivo”, cautivaba por lo que contaba ese pequeño Pitágoras, por la curiosidad del iniciado mistérico que busca la revelación12, “Quizá lo que más se envidiaba de Ivo era la posesión de la codiciada llave de la torrecita. Ésta era, en efecto, una pequeña torre situada en un ángulo de la escuela, en cuyo interior se guardaban los libros de lectura.”, la torrecita atesora los libros y también el misterio (cuasi religioso), “a todos nos fascinaba el misterioso interior de la torrecita, donde no entramos nunca”, pero, más que nada, es el árbol de oro su preciada posesión del pequeño Ivo, una visión extraordinaria, una visión alquímica que transforma lo real, alquimia o imaginación, a través de la rendija oportuna, “Veo un árbol de oro. Un árbol completamente de oro: ramas, tronco, hojas… ¿sabes?, las hojas no se caen nunca. En verano, en invierno, siempre. Resplandece mucho; tanto, que tengo que cerrar los ojos para que no me duelan.”, la niña ansiaba la llave que abría la puerta de la imaginación, de la torrecita de Ivo y por fin la obtuvo cuando Ivo desgraciadamente enfermó y tuvo la oportunidad de verlo, “Cuando la luz dejó de cegarme, mi ojo derecho sólo descubrió una cosa: la seca tierra de la llanura alargándose hacia el cielo. Nada más. Lo mismo que se veía desde las ventanas altas. La tierra desnuda y yerma, y nada más que la tierra. Tuve una gran decepción y la seguridad de que me habían estafado.”, la niña representa de algún modo la fe del creyente y también el descreimiento13 posterior cuando la realidad se impone terca y áspera al sueño, a la imaginación, a lo que creímos y ya no creemos (pues, en la decepción siempre hay cierta tragedia), aunque después de dos veranos encontró, paseando al atardecer cerca del cementerio, aquel árbol tan deseado de ver, “De la tierra grasienta y pedregosa, entre las cruces caídas, nacía un árbol grande y hermoso, con las hojas anchas de oro: encendido y brillante todo él, cegador. Algo me vino a la memoria, como un sueño, y pensé: «Es un árbol de oro».”, y al pie de ese magnífico árbol la estela triste de Ivo muerto a los diez años., [la fragilidad de la vida, el poder benéfico de la imaginación y de las creencias (aun imposibles) para escapar de la soledad y el sufrimiento.]

El tesoro.
Marcial es aparcero, pobre y soltero, pero generoso y cortés, “Todo el mundo tenía la idea de que Marcial era un hombre alegre y bastante aficionado al vino, aunque, como todos decían también, «sin abusar».”, hay un narrador colectivo, el nosotros: los niños, y lo alterna con la primera persona en este cuento, “Nosotros le teníamos simpatía, e íbamos a verle muchas veces a su casita de junto a la carretera, cuando volvía del trabajo.”, con el tiempo Marcial cambió de carácter, “ni sombra de lo que fue. Amargado y triste, anda como alcanzado de un mal.”, decían que “del mal de la codicia.”, al parecer encontró un tesoro y temía que se lo robaran, lo custodiaba como perro guardián y hasta perdió aquella alegría que le caracterizaba por velarlo, “Vive pensando en que se lo quieren robar”, “A Marcial lo vi alguna vez en la taberna y pude darme cuenta de que bebía más que antes”, con los dimes y diretes de aquel tesoro a Marcial le robaron en su casucha buscando ese tesoro (tal vez, inexistente) y además a golpes le malhirieron, “yo hice compañía al pobre Marcial, que se quejaba mucho, con la cabeza vendada, mientras Marta le arreglaba la casa y le preparaba algo de comer”, es destacable la compasión para con él de unos personajes y, por oposición, la crueldad de los ladrones que confesaron su fechoría: eran unos jóvenes (de catorce y dieciocho años) que buscaban el tesoro de Marcial, pero que no lo encontraron, Marcial se sincera con Marta y con la niña por la bondad que le demostraron, “El tesoro existe —dijo Marcial—. ¡Maldito sea! Sólo me trajo males. A ti, pues, Marta, te encargo de él: que lo uses como mejor te plazca.”, “Juramos y prometemos repartirlo entre los necesitados.”, entonces les enseñó una brillante moneda de oro.

El perro perdido.
Damián (de catorce años) cae enfermo, los médicos no prescriben más que esperar y guardarse de hacer esfuerzos y poco más, “Desde su ventana se veía el río, y, más allá, el principio de los bosques. A veces, ver el río y los árboles le daba tristeza.”, el río y los bosques representan esos bienes que le dotan de alegría a uno y para Damián quedaban ahora lejos de su alcance, Damián para más inri pasaba un rato largo en soledad, “Mala cosa es la fiebre, pero peor es la soledad.”, Damián acogió a un perro perdido, “Era gris, flaco y como alicaído. No se le apreciaba herida alguna ni contusión, y, sin embargo, todo él tenía el aire magullado y caminaba como si fuera cojo de las cuatro patas.”, era feo y triste y no era simpático seguramente porque desconfiaba de la especie humana, en esto que entra en todo este desaguisado la superstición y la ignorancia y las consecuencias horrendas con que suelen manifestarse, “Ese perro es un espíritu malo: está purgando sus pecados en la tierra… ¡Echadlo a patadas del pueblo!”, así que quisieron matarlo con estacas y piedras y ahogarlo en el río, pero la defensa y convicción férrea de Damián lo salvó del martirio y la muerte al pobre perrito, Damián presintió llegando los fríos una indefinible desazón, “Mira, amigo mío, esto es el anuncio de la muerte. Yo sé muy bien que la caída de las hojas es el anuncio de la muerte.”, Damián había conectado íntimamente con el perro perdido sin nombre, y aquel aullido de aquel ángel canino que sonó como el viento le rescató de su tristeza, de la enfermedad y de la soledad, tal vez podría decirse que ese pequeño perro era un daimon14 benéfico y protector, “El perro me dio la salud —explicó Damián—. Me la dio toda, y él se murió allá abajo.”, “Los hermanos lo cogieron en brazos y fueron a enterrarlo al bosque, con todo el respeto que cabía.”, el bosque es un lugar sagrado y asombroso, y era el templo perfecto para el perro perdido, el que tenía una misión.




____________________
NOTAS
«««   1.
Ègloga I, Garcilaso de la Vega.
«««   2.
Prólogo a la edición RTV de La tierra de nadie y otros relatos de Ignacio Aldecoa. Volver a Ignacio Aldecoa de Ana María Matute.
«««   3.
Apareció el tremendismo en la década de los 40 con Camilo José Cela (La familia de Pascual Duarte) y Carmen Laforet (Nada). Más tarde se añadirán a estos escritores de la posguerra Miguel Delibes y Ana María Matute. El tremendismo (o el neorrealismo) de algún modo entronca con el naturalismo de Zola (de lejos, por supuesto, que no en su ortodoxia), pero sí que refleja un pesimismo de libro, un cierto determinismo por el cúmulo de afecciones sociales y humanas aparentemente invencibles: la enfermedad, el alcoholismo, la pobreza, la opresión, la tristeza, la muerte en su cruda realidad, la desesperación, la crueldad y la violencia humana, el crimen patológico, los sueños despedazados, etc. Ahora bien Ana María Matute lo endulza al menos con la expresión poética, con los espasmos de la imaginación en los niños, casi espasmos mágicos y surreales, pero rotos luego de aplastarlos la realidad más tozuda. Aunque contra todo pronóstico resiste la poesía pese a la dificultad endiablada que es la Artámila: sí, malos tiempos y peores escenarios para la lírica, aunque no desfallece, sobre todo, en los niños y adolescentes de Ana María Matute en estas Historias.
«««   4.
Frecuente aparición de la luna en sus historias: Artámila – Artemisa (diosa lunar)
«««   5.
“Recuerdo. Sólo tenía un amigo, mi muñeco Gorogó...” “...Gorogó lo sabía, lo sabe y no me ha abandonado desde el día en que mi padre, teniendo yo cinco años, me lo trajo de Londres, donde lo llaman algo así como Golligow. Mi padre sabía que a mí no me gustaban las muñecas, ni los juegos de las niñas de aquel tiempo: mujeres recortadas, las llame yo. Imitar a mama y a las amigas de mamá era todo su futuro. Gorogó, como entonces, sigue conmigo ahora, lo llevo-a todos mis viajes, y le sigo contando lo que no puedo contar a nadie.” Ana María Matute, Discurso al recibir el Premio Cervantes 2010.
«««   6.
“... simplemente una ramita seca envuelta en un trozo de percal sujeto con un cordel.” La rama seca.
«««   7.
El Prejuicio se alimenta de la ignorancia porque el Prejuicio no sabe de Ciencia, lo que son: los hechos, la verificación, la demostración, las evidencias, las hipótesis. Decía Voltaire en su Diccionario filosófico: “Prejuicio es admitir una opinión sin haberla antes juzgado. De esta forma, en todas las partes del mundo inspiramos a los niños las opiniones que queremos antes que puedan juzgarlas.”
«««   8.
“Porque el bosque era el lugar al que me gustaba escapar en mi niñez y durante mi adolescencia; aquél era mi lugar. Allí aprendí que la oscuridad brilla, más aún, resplandece; que los vuelos de los pájaros escriben en el aire antiquísimas palabras, de donde han brotado todos los libros del mundo; que existen rumores y sonidos totalmente desconocidos por los humanos, que existe el canto del bosque entero, donde residen infinidad de historias que jamás se han escrito y acaso nunca se escribirán.” Ana María Matute, Discurso de ingreso en la RAE.
«««   9.
“Y, así, llegó un día en que estudiosos y minuciosos profesores y escolares americanos se interesaron por el arzadú, y me brearon a preguntas: no lo encontraban por ninguna parte [...]. Desde aquí les pido perdón a aquellas gentes de buena voluntad. Tómenlo como lo que era: una invención más. La había introducido no sólo en algunos de mis cuentos, sino también en alguna novela; y, al fin, yo me lo creía, y me lo creo: el arzadú brota cada primavera, o cada otoño, en las vastas y ahora ya remotas colinas de los sueños. De los sueños que convierten Aldonzas en Dulcineas, y quién sabe cuántas flores más. Tantas como soñadores, o poetas existan.” Ana María Matute, Discurso al recibir el Premio Cervantes 2010.
«««   10.
“Hay dos técnicas básicas para presentar la conciencia en la ficción en prosa. Una es el monólogo interior, en el que el sujeto gramatical del discurso es un yo, y nosotros, por así decirlo, oímos a hurtadillas al personaje verbalizando sus pensamientos a medida que se producen. […] El otro, llamado estilo indirecto libre […] Reproduce el pensamiento del personaje en estilo indirecto (en tercera persona y en pretérito) pero respeta el tipo de vocabulario propio del personaje, y suprime algunas de las acotaciones, tales como «pensó», «se preguntó», etc., que requeriría un estilo narrativo más tradicional. Eso produce la ilusión de un acceso íntimo a la mente de un personaje.” David Lodge, El arte de la ficción.
«««   11.
Las historias de la Artámila abundan en referencias más o menos indirectas (o emboscadas) a la vida de Ana María Matute. “Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas.” Discurso al recibir el Premio Cervantes 2010. Estuvo con los abuelos en Mansilla de la Sierra (la Artámila) cuando enfermó gravemente de niña.
«««   12.
Oposición: esotérico (conocimiento sólo para iniciados dentro del círculo) / exotérico (el conocimiento fácil y accesible para todos).
«««   13.
Decía J.J. Rousseau en su Emilio o de la educación: “... para el espíritu es violento el estado de duda acerca de las cosas que nos importa conocer; […] y más prefiere engañarse que no creer en nada.”
14. «««   14.
El daimonion socrático que resuena en el hombre es como una voz interior que advierte y desaconseja, pero que conecta también de alguna manera con un algo superior. En otros casos es sólo una divinidad (fuera de nosotros) que nos protege como un ángel de la guarda o determina nuestro destino.

2 comentarios:

  1. La pobreza, la ignorancia, la locura y el abuso de poder, los hijos bastardos del franquismo; los personajes de la Artámila sobreviven, malviven, en un medio opresor, del que no pueden salir, si no es con el suicidio, el asesinato (entendido como una forma de liberación) o la resignación...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aunque Ana María Matute decía que no había escrito específicamente una autobiografía, también decía que su vida de alguna manera estaba en todas sus páginas escritas. Claramente es un ejemplo Las Historias de la Artámila; aunque las dataciones de esas historias no están muy definidas. Sí, que es de una España rural y deprimida, paupérrima y eminentemente clasista, nacional católica, supersticiosa y mortal, melancólica y agonizante. Sí, que esas historias podrían situarse en la infancia y adolescencia de Ana María Matute [por las fechas biográficas] porque infantes y adolescentes [especialmente niñas] son sus protagonistas. Pero esas dataciones podrían desplazarse desde la Segunda República a la década de los 40: la circunstancia socioeconómica no habría cambiado mucho, aun más, incluso, con la Posguerra habría empeorado enormemente añadiendo otros males derivados de la dictadura franquista. Pudo haber 'recogido' algunas historias cuando ya era algo más que adolescente. En cierto modo opino que es infinitamente más importante el espacio, el escenario 'en sí mismo' [casi como 'protagonista' que condiciona por la Pobreza moral y material dominante] que el tiempo real de cuando ocurren la Historias de la Artámila: un libro poético y terrible, pero deslumbrante.

      Eliminar