menu

miércoles, 10 de julio de 2019

Acerca de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca

Por Daniel Espín López

"Yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita,
sin caballo efusivo que corte
los espesos musgos de mis sienes."
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York.

I. Poeta en Nueva York: un viaje iniciático


El de Lorca es un viaje iniciático, un viaje transcendente en varios sentidos1 y cuyo resultado es probablemente una de sus mejores obras según los críticos: Poeta en Nueva York, la noche oscura del poeta granadino. El poeta para rescatar a Eurídice, extraer la substancia poética del reino de Hades, como Orfeo, desciende a los infiernos de aquel Nueva York caótico y enfermo y convulso del 1929-1930 que golpea sin misericordia a una finísima sensibilidad (ya de por sí dolida por su situación anímica personal y amorosa), que hace vibrar su lira órfica a las frecuencias más altas casi dolorosamente, tal vez inaudibles para los demás. Pero este estado receptivo del poeta necesitaba de una herramienta más adecuada que la que solía, una modo expresivo más flexible y audaz que manejara las incesantes imágenes, ideas y emociones que se iban agolpando en tropel casi confusamente hasta la saturación: los versos libres y el surrealismo.2

El surrealismo adoptado por Lorca3 no es el de André Breton y sus dos manifiestos (1924 y 1930), al menos, en su ortodoxia. El surrealismo4 explora la encrucijada donde se encuentran el sueño y la realidad y donde ambos territorios pierden sus límites para mezclarse como una sola cosa; ora liberando a la mente de sus ataduras racionales y de la lógica, ora liberando el material subconsciente como torrente, como lo hiciera el pintor que arroja la pintura al lienzo a ciegas, sin conocer siquiera los colores en espasmos y automatismos. El surrealismo confía en los sueños como realidad y viceversa para alcanzar una “clara conciencia” del mundo, de lo que subyace debajo de las apariencias a través de lo onírico.