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viernes, 31 de mayo de 2019

Acerca de Los girasoles ciegos de Alberto Méndez

Por Daniel Espín López

"… desorientado como los girasoles ciegos […] como una sombra fugitiva."
Alberto Méndez, Los girasoles ciegos.

"Unos se alzaron en armas contra el Gobierno legítimo, constitucional, surgido de las elecciones democráticas del 16 de febrero de 1936 y otros lo defendieron. Y se sublevaron a partir de argumentos espurios que ellos mismos fabricaron. [...] Yo reivindico el honor de la II República, que fue la primera experiencia democrática en la historia de España. Y creo que la pregunta crítica sobre la Guerra Civil hoy ya no es por qué la República perdió, sino cómo y por qué logró resistir durante tanto tiempo." Ángel Viñas & Mario Amorós, 75 años después. Las claves de la Guerra Civil Española.

I. El narrador como historiador


La pesimista obra de Los girasoles ciegos no es solamente una colección de cuatro cuentos1 (o capítulos) cuyo hilo vertebrador es la guerra civil y la posguerra y cuyos hechos (hasta donde llega el narrador/historiador) parecen (o son) veraces2, sino que ambiciona ser Historia3 más que simplemente y sólo una obra literaria,4 o viceversa.

El autor despliega las fuentes históricas: cartas, actas, partes de intendencia, un manuscrito encontrado en una braña del Somiedo, atestados, notas encontradas en un bolsillo, testimonios orales más o menos fiables. Es decir, el artificio de la documentación expuesta dota intencionadamente de una potente credibilidad al relato. No obstante el autor/narrador también delimita como el buen historiador los límites de lo que puede ser Historia de lo que podría ser sólo rumorología o mala fe, y lo engarza y anuda a través del arte de la narrativa (incluso, hasta de la poética en esta obra tan hermosamente escrita): “A partir de este documento, todos los hechos que relatamos se confunden en una amalgama de informaciones dispersas, de hechos a veces contrastados y a veces fruto de memorias neblinosas contadas por testigos que prefirieron olvidar. Hemos dado crédito sin embargo a vagos recuerdos sobre frases susurradas durante ensueños angustiosos que también tienen cabida en el horror de la verdad, aunque no sean ciertos.”

Es destacable igualmente la multiplicidad de voces que imprimen a los relatos de una voluntad honesta de hallar la certeza de lo que es la Realidad (cuya naturaleza ya es de por sí extraordinariamente enmarañada) desde distintas perspectivas: así buscando la máxima amplitud de puntos de vista para hallar el centro de gravedad de lo más probable y real, y así también implicando al lector en la investigación propuesta adentrándole en el relato, de primera mano haciéndole íntimamente partícipe de esas vidas desgarradas y contadas que conmueven.

El autor también escruta los decorados y los alrededores de la acción, los escenarios con nombres propios de lugar, de personas, de edificios, de cárceles, de calles y de un largo etcétera: todas aquellas menciones que sin duda pueden ser autentificadas y verificables en un espacio tiempo muy concreto. Por lo que el autor de este modo acrecienta el valor de la verosimilitud de la obra con la pretensión de dar casi alcance a la Historia.

En todo caso el lector asume lo contado en sí como una verdad, pero literaria, el lector acepta como un creyente hasta la última página, hasta que cierra el libro y comienza el estímulo de la curiosidad, de continuar donde termina la última línea del texto para luego buscar y hallar la verdad de lo contado, de meditar sobre la lectura y tal vez de ahondar aun más...

El género histórico (y aun más el específico de nuestra guerra civil y la posguerra y la represión de la dictadura franquista) requiere de una responsabilidad exigente por parte de los autores que trasciende a la mera escritura: estos escritores contribuyen a edificar relato a relato el corpus de una memoria colectiva muy necesaria para, al menos, escenificar esa labor de duelo que ha faltado (lo que el epígrafe y Méndez propone5) por aquella tragedia, por los muertos, por los represaliados, por las tantas calamidades y derrotas que abochorna nuestra humanidad.

II. Anotaciones…


Epígrafe


    Este pórtico resume en lo esencial las intenciones del autor en lo que respecta a su obra Los girasoles ciegos. Exhorta a ejercer nuestro derecho a que la historia no sea una colección de muertos y dolores6 por siempre: una herida abierta, sangrante7; exhorta a enterrarlos con dignidad: los dolores y los muertos, a que la historia sea un ente finito pero continuo de límites acuáticos y de progreso, a que la historia no sea una calamidad que padecemos en el presente; sino que sea un arcano sagrado y dilecto que guardamos para no olvidar, para no repetirla de nuevo, para meditar sobre ella y para adecentar con ella el futuro. La transición fue en este sentido extraordinariamente imperfecta, y los siguientes gobiernos de la democracia no fueron tampoco edificantes, no supieron o no quisieron saber de la necesidad de una segunda transición que cerrara esos capítulos aberrantes de nuestra historia contemporánea8. Es decir, de aquellos polvos vienen estos lodos. La transición ha encubierto una injusticia soberana que tendremos que arrastrar hasta que la política proponga. Pues aquella transición es, como ya es sabido, la más deseada por el fascismo pro nazi9 del dictador Franco, y no es, por mucho que repitan los demagogos, la transición de todos. La Ley de la Memoria Histórica en 2007 fue una oportunidad de basamento para otras medidas posteriores, pero fue desbaratada, descafeinada, arruinada y que terminó siendo nada más que nada: un inútil adorno muy bonito. En fin, es necesario reconstruir una memoria colectiva que nos libre de aquel agravio que dura demasiados años antes que el último de aquella generación desaparezca. Es asumir aquellos sucesos, pero nunca olvidarlos; sine qua non es devolver la dignidad a los represaliados de una vez por todas. Desgraciadamente ahora toca la Resistencia frente al olvido y al silencio, y al revisionismo histórico de los herederos del franquismo tras la máscara de buenos demócratas cuya pantomima desagrada...

Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir


    En las primeras oraciones ya el autor traza el esquema espacio-temporal: el autor habla desde el presente (“Ahora sabemos”) de los hechos acaecidos en el pasado (“el capitán Alegría eligió su propia muerte a ciegas”) y eligió sin pensar qué sería de él en un acaso furibundo futuro, “¡Soy un rendido!”. El narrador sitúa los hechos en Madrid, “Madrid estaba al fondo, como un escenario”. El autor los narra como un historiador, “nos consta”, “sabiendo ahora lo que sabemos”, “todos los testimonios que hemos encontrado”, pero también como un poeta, “bajo un aire tibio, transparente como un aroma”: describiendo una atmósfera que casi se degusta con el perfume a la polvareda de la batalla.

El rendirse fue una idea razonada, no forzado solamente por las circunstancias nada más. El entregarse al enemigo fue sólo una consecuencia que tuvo el capitán Alegría como victoria moral en virtud de la convicción: que todas las guerras son inmorales e interesadas, “porque cada muerto de esa guerra, fuera del bando que fuera, había servido sólo para glorificar al que mataba.” Carlos Alegría razona con hechos, que más tarde serán tormento y sepultura, su algo elemental antibelicismo…

El capitán Alegría sabe que aquel ejército republicano que observa pronto será vencido del todo en un par de días10. Se refiere a aquél como ejército civil, como alimaña angélica, como desarrapado y paisano, como soldados sin uniforme. “La idea de que eran hombres nacidos para la derrota convirtió a aquellos militares en un inventario de cadáveres”: reafirma el hecho histórico que el ejército republicano carecía de lo imprescindible para ganar una guerra11, era un ejército más o menos ciudadano. En cambio, al ejército fascista español lo respaldaban los fascismos italiano y germano nazi especialmente con moderna aviación e ingente material y regimientos.12
El capitán Alegría fue juzgado por los suyos, pero el hecho es que “su decisión no fue unirse al enemigo sino rendirse, entregarse prisionero.” El consejo de guerra comenzaba por tanto con una acusación errónea, tal vez el paso de la guerra por delante de sus ojos derritiera cualquier convicción política y tal vez esa languidez ideológica le condenara. “Nos consta que se unió al ejército sublevado en 1936 porque así defendía lo que había sido siempre suyo”. Pero tres años de guerra desgastan cualquier fe.

Ni siquiera sus captores sorprendidos creían las razones esgrimidas por Alegría: “El Comité de Defensa de Madrid va a rendirse mañana o pasado mañana”. Incluso le tomaron por un loco: “hubiera querido explicar por qué abandonaba el ejército que iba a ganar la guerra, por qué se rendía a unos vencidos, por qué no quería formar parte de la victoria.” Porque esa victoria (“la de los usureros13 de la guerra”, los vencedores) sería el botín, la rapiña, el saqueo y las confiscaciones, la matanza sin medida, los fusilamientos sumarios14, la esclavitud, los batallones de trabajo, la tortura, el encarcelamiento, el asesinato impune, el dolor de los vivos y de los muertos, y no quería “sentirse responsable de su derrota”, la del ejército enemigo, y sus consecuencias previsibles. Sería la violencia más encarnizada, la venganza de los vencedores como suelen. La suya es una compleja tesis ética que en el calor de la guerra y del odio15 probablemente sería desvirtuada, malentendida como así fue. “Del periplo de Alegría desde aquel sótano al pelotón de fusilamiento tenemos sólo datos imprecisos.”

Su rendición “que él había concebido llena de sutilezas y matices morales” terminaría en el malentendido máximo deformada por mediocres y prosaicas e inexactas acusaciones de desertor, de traidor.

Sabemos que fue trasladado a unos hangares del aeródromo de Barajas, donde el ejército vencedor y su justicia fueron agrupando a los militares de graduación para someterles a juicios sumarísimos que acabaron, sin excepción, en condenas a muerte.” En su reclusión padeció también la desconfianza de los otros presos políticos, fieles a la República. Su reclusión supuso para él la más inclemente soledad, como si el mundo le hubiera masticado y arrojado a ninguna parte en tierra de nadie con el odio de los dos bandos: era traidor para los unos y enemigo para los otros. “La vida del capitán Alegría se desvaneció en sentimientos crepusculares, en soledades hostiles, en miedos irreverentes.” Absolutamente en completa soledad, en medio de los reclusos republicanos y ante la muerte como “una mónada de Leibniz”.16 El capitán Alegría no era ya ni vencedor ni vencido, pero sí que andaba instalado en la derrota de la humanidad por esta guerra: una más de tantas derrotas a lo largo de la Historia vista y por ver.

Los presos (también él) “recibieron ultrajes, golpes y humillaciones”, pasaron frío de todo tipo, hambre y enfermedades en el hacinamiento. Algunos fueron asesinados sin juicio de puro odio como el coronel Luzón. Carlos Alegría tenía la razón, la prueba: que los vencedores se cobran la usura en carne viva,17prefirió guardar silencio porque estaba saldando su deuda con los usureros de la guerra.” Fue condenado “a morir fusilado por traidor y criminal de lesa patria”, “nueve días estuvo esperando su turno”.

El acta del juicio sumarísimo no parece más que un panfleto infecto de patrañas gloriosas contrastándolo con las pruebas históricas aducidas por el narrador/historiador; el juicio, un sinsentido trágico, el paripé que no buscaba la verdad, la justicia sino el escenario donde el odio despliega sus alas de azufre y fuego: la venganza irascible, como era de esperar.
De camino a la muerte se sustancia la incorporación de él mismo en el conjunto de los vencidos compartiendo un solo destino: “A mitad de camino, una mano buscó la suya y su soledad se desvaneció en un apretón silencioso, prolongado, intenso, que le dio cabida en la comunidad de los vencidos. Tras la mano, una mirada. Otras miradas, otros ojos enrojecidos por la debilidad y el llanto sofocado. «Perdonadme», dijo, y se zambulló en aquel tumulto de cuerpos desolados.”
Pero, qué azar notable, aquella bala sólo le rozó la cabeza y perdió la consciencia, le echaron a la fosa común debajo de un montón de cadáveres y no demasiada tierra, sin embargo malherido y debilitado pudo más tarde emerger casi como resucitado de entre los cuerpos sin vida y escapar hacia la Acebeda. Y por allí pudo experimentar la misericordia de quien le socorrió, de aquella vieja samaritana (símbolo tal vez de la luz, de la humanidad venciendo al odio y a la ceguedad y la zozobra de los girasoles ciegos, de la superación de los opuestos): “Que alguien se acercara a un hombre agusanado, pastoso de excrementos y de sangre, levantase su cabeza y pusiera agua en sus labios suavemente, dosificase a cucharadas sopicaldos digeribles por los muertos y pronunciara alguna frase de consuelo, todo aquello, pensó, era señal de que algo humano había sobrevivido a los estragos de la guerra. De no haber sido por las grietas de sus labios resecos, Alegría habría sonreído. Así lo contó y así lo reflejamos.”

Agradeció los cuidados, no obstante quería morir en su pueblo natal y, pese a su mal estado de salud, inició tan difícil peregrinaje hacia Huérmeces. Pero ya agotado, entregándose a los de su bando, fue detenido otra vez. El capitán Alegría puso fin a su vida descerrajándose la cabeza de un disparo de un fusil que arrebató a sus guardianes: su segunda muerte y la definitiva.
Dejó escrito en una nota póstuma dentro de un bolsillo que todos vencedores y vencidos terminarán siendo “carne de vencidos”: “¿Son estos soldados que veo lánguidos y hastiados los que han ganado la guerra? […] Se amalgamarán con quienes han sido derrotados, de los que sólo se diferenciarán por el estigma de sus rencores contrapuestos.” Esa victoria que pregonan no es más que otra derrota más...

Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido


    En los Altos de Somiedo encuentran un documento manuscrito dentro de una braña. El narrador, como si de un diario fuera, desgrana página a página el contenido que podría ser de valor histórico o que solamente es una crónica de una tragedia personal en la huida al exilio en Francia. Encontraron también un esqueleto adulto y un esqueleto de bebé según reza el atestado. El manuscrito parece que lo escribe el último superviviente de una familia de tres: la madre muere en el parto, el niño sobrevive. El historiador/autor dilucida en cursiva la hermenéutica del manuscrito de las partes tachadas o de dibujos endebles.

La huida (desde el miedo y hacia la nada) tal vez no fue una buena decisión, pero quién sabe. El superviviente (“el arquero proletario”), el narrador del diario manuscrito, se lo reprocha a sí mismo, incluso con un pesar culpable: “Sí. Hemos perdido una guerra y dejarnos atrapar por los fascistas sería lo mismo que regalarles otra vez otra victoria. Elena ha querido seguirme y ahora sabemos que nuestra decisión ha sido errónea”, “Nunca debimos emprender un viaje tan interminable estando ella de ocho meses.”

El cadáver de Elena, su esposa, de cuerpo presente dentro de la braña, el niño que llora tal vez agonizante, el hambre y el frío y la apatía que ponen al límite al marido/narrador y al niño recién nacido es el espectáculo espeluznante de otra derrota. “Un cadáver, al cabo de tres días, es un mineral sin la humedad del aliento, sin la fragilidad de las flores.” Pese a la escena “la vida se le impone a toda costa” e intenta sobrevivir sacudiendo de sí la inacción, intenta mantener con vida al pequeño. Mata una vaca y ordeña otra y entierra bajo una haya a sus esposa fallecida. El invierno desafortunadamente se echa ya encima y lo que es cierto o es probable que esta montaña será la sepultura de ambos. “Estas montañas deben de ser la residencia de todos los inviernos.”

El narrador del manuscrito, el jovencísimo poeta sin versos y campesino de Caviedes,18 emprende una lucha por la supervivencia aun con un pesimismo todavía no suficiente para el desaliento. “Recuerdo cuando era algo extraño dentro de la cabaña, algo que no debería estar allí. Ahora toda la cabaña gira alrededor a él, como si él fuera el centro.” Es el pequeño ahora el motor de la vida. “Su respiración apacible y rítmica pone coto a la soledad que, de no ser por él, me vencería.” Aunque el miedo es una constante: el miedo a no sobrevivir, a que alguien descubra que andan por la braña,19 el miedo a enfermar. Tal vez el miedo de tanto aguijonear los va desgastando anímica y físicamente. Lo soportaron, lo intentaron hasta que hizo su aparición de manera severa la escasez y la enfermedad, “todo huele a muerte”, “El niño ha muerto y le llamaré Rafael, como mi padre.” En la última página, escrito con un tizón apagado, reza un verso de Góngora: “Infame turba de nocturnas aves.”20 Nada más...

Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos


    Juan Senra (del servicio republicano de enfermeros de prisiones) está preso y a merced de los vencedores, de los avarientos de venganza y sangre: “Su extremada delgadez, la nuez que saltaba asustada cada vez que tragaba saliva y un abatimiento que enarcaba sus espaldas hasta hacer de él algo convexo, le habían convertido en una cicatriz de hombre incapaz ya de fijar la mirada sin sentir náuseas.” Juan Senra estaba ante el tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo que presidía el coronel Eymar, y de seguro esperaba una condena a muerte, porque su juzgador probablemente ya tenía a priori la condena, el motivo de la venganza: Miguelito, su hijo, murió en la guerra, “El héroe de su estirpe que había muerto sólo para ser vengado.” Juan Senra conoció en algún momento (tal vez, cuando estuvo preso Miguel Eymar) al hijo del presidente del tribunal, y así se lo refirió cuando le preguntan: le espetan con insistente agresividad, incluso le agreden. El miedo y el hambre hace el resto y se desmaya, “el miedo explica casi todo”.

No todos terminaban en el cementerio de la Almudena como destino probable. La arbitrariedad de aquel tribunal le convertía en “una parodia de tribunal”: “no todos los condenados a muerte eran ya fusilados. Intervenciones de familiares, recomendaciones especiales, gestos arbitrarios de gracia, iban reduciendo el número de ejecutados a medida que pasaban los meses.”
El autor les otorga rostro y nombre y biografía a algunos de los encarcelados: Eugenio Paz de dieciséis años, Eduardo López del buró político del Partido Comunista, Cruz Salido, redactor jefe de El Socialista, que murió de enfermedad antes de ser fusilado. Les confiere por tanto una individualidad en el hacinamiento contra el anonimato que deshumaniza, a estos hombres que les espera la fosa común: la deshumanización máxima.

Juan Senra jugará la baza de haber conocido a Miguel Eymar, de haber conversado con él (inventando, fabulando, contando lo que querrían oír) para vivir un día más. “No sé, de todo un poco, dijo. De su infancia, de sus padres… De las cosas de la cárcel. A veces de la guerra. Y con estas vaguedades Juan Senra comenzó una mentira prolongada y densa que, surgida de un instante de piedad, se convirtió en el estribo de la vida.” Pero no contó que aquel fue detenido por robos, por estraperlo de medicamentos en mal estado, y porque había matado a un pastor para robarle unos corderos. Contó al tribunal que fue detenido por pertenecer a la Quinta Columna, pero no era cierto: solamente era un maleante. Contó también que al final le fusilaron.

Juan Senra también contestaba a las preguntas de la madre del joven Miguel Eymar, una madre destrozada por el dolor pese a formar parte de los vencedores, una mujer vencida, “severa, prematuramente encanecida y sin la ternura de las madres, enlutada y triste”, “Ella no quería condenar ni absolver, sólo discernir entre lo verdadero y lo falso. Quizás saber.”
Les digo lo menos posible, para ver si me dejan vivir unos días más. Eso es todo. El día que me descubran yo también iré a la cuarta.” Toda esta fabulación de lo que no era Miguel Eymar le regalaba unas horas más de vida, “eran mentiras no del todo inventadas, pero atribuidas a alguien que no merecía ser su protagonista, al que nunca se hubiera podido atribuir algo heroico, ni altivo tan siquiera. La estrategia funcionó.” Aquella madre le trajo a Juan Senra un bocadillo de arenques, un jersey que perteneció a su hijo muerto, y “como a Sherezade, aquellas mentiras le estaban otorgando una noche más. Y otra noche más. Y otra noche más.”

Mientras Juan Senra iba sobreviviendo a los días contra todo pronóstico un amanecer ajustician al jovencísimo reo y su buen amigo Eugenio Paz, y “lloró como nunca hubiera pensado que se podía llorar después de una guerra.” Después de lo acaecido la melancolía y la debilidad se apoderó de él y le abatía poderosamente, “renuncio a seguir viviendo con toda esta tristeza.”

Por fin Juan contó la verdad a aquella madre delante también del coronel Eymar como si quisiera accionar él mismo el fusil que dispararía contra sí mismo, como lo hizo el capitán Carlos Alegría en su suicidio, para acabar de una vez con esa farsa, con el hambre, el frío y la tristeza extenuante de la derrota. “Juan le dijo que había recordado la verdad, que su hijo fue justamente fusilado porque era un criminal […] fue un mierda y murió como lo que era. Todo lo que les he contado hasta ahora es mentira. Lo hice para salvarme, pero ya no quiero vivir si eso le produce a usted alguna satisfacción. Ahora quiero irme.” Juan Senra fue fusilado dos días después...

Carlos Alegría, el protagonista del primer relato, aparece junto al cautiverio de Juan Senra en el mismo encierro: el autor imbrica21 ambos relatos por el eslabón de un personaje, de una cárcel, de las calamidades que comparten. En este caso el punto de vista de los otros prevalece contemplando, juzgando, apodando al capitán Alegría: “Todos le llamaban El Rorro y pocos sabían su nombre. Soportaba estoicamente el frío, el hambre y la desconfianza de sus compañeros. Tenía una gran cicatriz en la frente que desperdigaba su pelo en dos mitades. De aquel rostro sombrío no podía recordarse ningún rasgo más que el silencio y unos enormes ojos que no parpadeaban, como si estuvieran en un estado de estupor perpetuo.” El autor cuenta de nuevo la peripecia de Carlos Alegría, pero rellenando los huecos de lo que no contó en el primer relato: acabando aquel cuento en éste como uno solo. Todos y Juan Senra serán testigos del suicidio del capitán: “Lentamente volvió el fusil hacia sí, se puso la punta del cañón en la barbilla y dijo que nunca había matado a nadie y que él, sin embargo, iba a morir dos veces. Disparó para romper aquel silencio, para pagar su deuda.”

Qué idioma hablan los que esperan la muerte aun vivos en sueños cuyas vidas ya no les pertenece: el idioma de los muertos, un extraño idioma, un lenguaje incompresible. “Me gusta hablar en ese idioma”, “el lenguaje de mis sueños”,22he descubierto que el idioma que he soñado para inventar un mundo más amable es, en realidad, el lenguaje de los muertos.”

Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos


    En principio es la carta confesión del diácono castrense, el hermano Salvador: “me siento sicut nubes…, quasi fluctus…, velut umbra, como una sombra fugitiva23”, la carta del remordimiento, la del miedo al castigo divino, “Todo comenzó cuando, siguiendo su consejo, Padre, me alisté en el Glorioso Ejército Nacional.” Es sabido que la Iglesia Católica tomó parte, los púlpitos arengaban “a las huestes de Dios” para la guerra, para la Cruzada del Exterminio, para la derrota de todos, salvo para los usureros de la guerra: “Contribuí con mi sangre a transformar el monte Quemado en un monte Exterminio.”24, “¡Ah! Ellos pretendieron alterar el orden de las cosas, modificar los designios del Señor, ignorando que non est potestas nisi a Deo25 y tuvimos que enseñar un nuevo orden a los inicuos. Tuvimos que glorificar nuestra Victoria.”

El autor alterna la carta confesión del fanático y desquiciado diácono con la narración y testimonio oral de quien fue un niño (Lorenzo, de siete años) en la posguerra recordando aquellos sucesos. La memoria, el recuerdo de quien evoca a su madre y a su padre con las dificultades y los límites del rememorar aquellos hechos que fueron reales, pero desde la memoria y que desearía eludirlo por la “náusea que le produce” todo aquello, “probablemente los hechos ocurrieron como otros los cuentan, pero yo los reconozco sólo como un paisaje donde viven mis recuerdos.” El Lorenzo que recuerda define aquellos años “como algo que tuve la desdicha de sufrir y observar al mismo tiempo”, “pero, de todos los recuerdos, el que por encima prevalece es que yo tenía un padre escondido en un armario.” El padre en su exilio particular dentro de la casa propia...

Entre el uno y el otro el autor/narrador más o menos omnisciente de tanto en tanto toma el relevo y narra lo que acaeció por entonces. Contamos pues con tres narradores, tres perspectivas.

Después de la guerra al más fanático de los integristas, al hermano Salvador le ponen a enseñar a párvulos para tal vez (como solían) aterrorizarles, tal vez amenizando la enseñanza de las cuatro reglas con el infierno más terrible y doloroso y el pecado y la culpabilidad de no ser un buen patriota: la típica vehemente retórica del fanatizado de siempre. El educador iluminado (por la psicopatología) se obsesionó con Lorenzo, se dispuso a acosar especialmente a este pequeño por su distinta idiosincrasia; pues no cantaba el cara el sol (o cualquier otro himno patriótico como Montañas nevadas) tal y como al páter le gustaba, y le castigó a cantarlo, pero desobedecía. Pero además, chapoteando en caldos de obsesión lasciva, el educador iluminado (por la animosidad carnal) también enciende y aviva in crescendo su deseo sexual por la madre de Lorenzo, Elena, aquella que era la presuntamente viuda para todos los que no conocían el gran secreto, el gran silencio. Según el testimonio de Lorenzo aquel tiempo era: “Todo real pero nada verdadero.”

Ricardo Mazo, el padre y profesor de literatura, tomaba todas las precauciones para no ser visto desde el exterior, aunque querría haberse exiliado, “Tengo que escaparme de aquí, intentar pasar a Francia.” Elena le disuadía con buenos argumentos: “que aún no era posible, que había que esperar que se fueran apagando los rigores de la venganza, que el gobierno de Vichy estaba deportando refugiados españoles a mansalva y que, de huir, lo harían todos juntos, ellos dos y el niño.”

La hija mayor de Elena, la otra Elena del relato segundo, el de la jovencísima pareja en huida hacia el exilio reaparece: de nuevo el autor imbrica dos relatos por el eslabón de un personaje. “Su hija mayor, Elena, había escapado con un poeta adolescente al terminar la guerra y nunca volvieron a tener noticias de ella.” Sus padres no saben que ella murió en el parto, en verdad, no saben que están muertos todos y en cambio sí que el lector sabe por trágica complicidad con el autor el destino de aquellos jóvenes. “Preñada de ocho meses, su hija huyó de Madrid a los pocos meses de terminar la guerra.” El autor rellena otra vez los huecos de lo que no contó en el segundo relato. Nos cuenta que lograron huir clandestinamente en un camión que transportaba ganado a Valladolid, y que el joven poeta publicó algunos poemas en Mundo Obrero.

Lorenzo no quería ir al colegio, incluso su padre lo reafirma comprendiendo su miedo a ir: “no podemos exigirle que soporte eternamente los acosos de ese fraile. Tenemos que cambiarle de colegio, o lo que sea.” El ir al colegio comenzaba a ser para el pequeño una infernal batalla. Lorenzo cuenta al lector que su cosmos se dividía en dos mitades: la lóbrega (el colegio, es decir, “el miedo que nos inspiraban nuestros maestros”) y la luminosa (la de su barrio y sus amigos con sus equilibrios y silencios). Pero todo enlucido del miedo a ser descubiertos, de “aquella liturgia de temores”: como en aquella ocasión que con una agresividad ultrajante unos policías registraron la casa sin hallar por fortuna el escondite de Ricardo Mazo.

Mientras tanto el “diácono untuoso” vacila entre sus desvaríos de la carne y el sentimiento de culpa propio del judeocristianismo (“Yo sólo soy un hombre, Padre, hijo del error original y la maldición que conlleva.”), y la persecución lasciva que no cesaba y sus justificaciones resbaladizas, “Lo que no logro encontrar, Padre, es el arrepentimiento porque nadie me enseñó a diferenciar el amor de la lascivia y yo pensaba que me estaba enamorando. Atribuí a la Naturaleza la hecatombe que se estaba produciendo en mi alma.” Además el hermano Salvador en otro orden de persecución y vigilancia enfermiza iba recabando algunos datos de la familia para sus descarados y viscosos fines de acorralamiento y asedio…

Y Ricardo Mazo en su claustrofóbica guarida comenzaba a flaquear, a consumirse: “Poco a poco se fue empequeñeciendo, agachando cada vez más la cabeza. El hombre pulcro que había sido se fue desvaneciendo en días sin afeitar, en aspectos desaseados, en desganas plomizas y en ensimismamientos impenetrables.” Y su hijo Lorenzo lo advertía, pero sin entenderlo del todo, “que él encaneciera, que ella se consumiera en una tristeza pegajosa y sombría, me parecían síntomas de que algo funesto se fraguaba en mi refugio”, “ahora sé que tenía miedo”, “todo empezó a impregnarse de tristeza.”

Como era previsible Ricardo Mazo no podría soportar más ese enclaustramiento e iba perdiendo la paciencia y la salud física y espiritual. Ese estado anímico lo simboliza la vaciedad de la vivienda porque han ido vendiendo todo lo que han podido para hacer acopio de dinero para la escapada, “si nos escapamos lo haremos los tres. Bueno, pero tenemos que escaparnos ya. Sí. No podemos vivir de esta manera. No, no podemos”, “todos sus amigos sin excepción habían muerto o se habían exiliado y no tendrían oportunidad de recurrir a nadie en caso de que el abatimiento de su marido degenerara en algo más grave.”

Pero, antes de huir hacia el exilio lejos de aquel perturbado y de sus perseguidores políticos, sobrevino la desgracia: el hermano Salvador seglar, “destartalado y turbio”, llegó a la casa de la familia acosada con una violencia desconcertante, y la escena que contemplamos a continuación es un conato de violación, agresión sexual: el diácono rijoso “estaba a horcajadas sobre ella [sobre Elena], que se protegía el rostro con las manos para evitar el aliento de aquel puerco que hocicaba en su escote.”

El padre de Lorenzo, que también es testigo de tal aterradora escena, “desangelado e impotente”, salió del armario y se abalanzó sobre el fanático baboso para detener su perversa acción, cosa que pudo hacer pese a ser Ricardo Mazo un alfeñique de físico, pero con resultados funestos. El secreto, “todos los silencios habían llegado a su fin” con los gritos del psicopatético religioso requiriendo la presencia de la policía.

Lorenzo recuerda aquel abrazo como el último, pero inolvidable: “cuando mi padre tuvo fuerzas suficientes para abrazarnos a su vez, los tres comenzamos un llanto que lo recuerdo como si hubiera durado varios años.” Luego Ricardo Mazo, tras despedirse dulce y serenamente de su familia “con una sonrisa triste”, “se arrojó al vacío sin pronunciar una palabra” por la ventana sabiéndose vencido.

El hermano Salvador termina su carta confesión implorando a su confesor epistolar que le absuelva “si la misericordia del Señor se lo permite”. Le remite también que su decisión es morar fuera del sacerdocio: “seré uno más en el rebaño, porque en el futuro viviré como uno más entre los girasoles ciegos.” La guerra otra vez incorpora a la trágica congregación de los vencidos a otro de los aparentemente vencedores ataviados del manto de la derrota...



Girasoles muertos, girasoles ciegos, girasoles vencidos bajo las muchas derrotas
en los corazones ateridos y temblorosos: espirituales, humanas, vitales…
La guerra es el fracaso, la catástrofe aterradora:
¿de qué victoria hablan los vencedores,
cuáles son sus bienes?

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NOTAS
«««   1.
En cuanto al cuento y su singularidad como género: el autor “se refiere a la necesidad de sintetizar la narración y utilizar sólo sus elementos esenciales: planteamiento sucinto, enredo esquemático, personajes paradigmáticos y desenlace sorpresivo” Alberto Méndez, En torno al cuento.
«««   2.
El narrador comete al menos dos errores de datación histórica: cuando los interrogatorios al capitán Alegría en el primer relato “... los tenientes coroneles Telia y Barran tomaron en noviembre de 1937 las poblaciones de Villaverde y ambos Carabancheles de Madrid […] o las órdenes directas del general Varela...", el dato correcto es en 1936. Otra inexactitud está también en el mismo relato a cuentas de la rendición de Madrid, que no fue en uno o dos días después del 1 de abril de 1939 según el relato de Carlos Alegría, sino que fue a finales de marzo, (el día 28 de marzo las fuerzas nacionales entraban en Madrid sin ninguna resistencia.)
«««   3.
Concepto de relato real: “Será como una novela, sólo que, en vez de ser todo mentira, todo es verdad.” Cercas afirma que la expresión relato real es “deliberadamente equívoca, porque es, de entrada, un oxímoron […], todo relato […] comporta un cierto grado de invención, puesto que es imposible transcribir verbalmente la realidad sin traicionarla: en cuanto empezamos a contar ya estamos alterando la realidad, ya estamos inventando.” Javier Cercas.
«««   4.
“Su poética no sería otra sino la de rescatar la realidad en su valor intrínseco, como datos ciertos, y pasarla por el tamiz de un tratamiento narrativo. Esto tiene poco que ver con el realismo tradicional y da a la realidad una nueva perspectiva.” Santos Sanz Villanueva en la reseña del libro Los girasoles ciegos.
«««   5.
Como señala su autor, “el libro es el regreso a las historias reales de la Posguerra que se contaron en voz baja [...] historias de los tiempos de silencio”; es una obra escrita “con el ruido de la memoria” que aborda “la derrota de todo un país, la derrota colectiva de quienes vivieron con miedo el silencio de las historias que ocurrieron.” Se trata de un ejercicio de superación, que “exige asumir, no pasar página o echar en el olvido”, ajustando así cuentas “con la memoria, [...] contra el silencio de la Posguerra, [...] a favor de la verdad histórica restituida.” En fin, “yo he querido hacer un canto a la dignidad.”
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“… la mayoría de las bajas de guerra, las bajas de militares, lo fueron en el frente: algo más de ciento cuarenta mil, bastantes de ellas de extranjeros, voluntarios en uno y otro bando. Pero hubo una cantidad de bajas por represión política que en conjunto debieron igualar o superar esta cifra, ” Antonio Domínguez Ortiz, España. Tres milenios de historia. Tal vez, 300.000: la mitad quizá en el campo de batalla, la otra en matanzas y asesinatos de retaguardia, según Santos Juliá en Historia de España, Edad contemporánea.
        “Durante la Guerra Civil española, cerca de 200.000 hombres y mujeres fueron asesinados lejos del frente, ejecutados extrajudicialmente o tras precarios procesos legales. Murieron a raíz del golpe militar contra la Segunda República de los días 17 y 18 de julio de 1936. Por esa misma razón, al menos 300.000 hombres perdieron la vida en los frentes de batalla. Un número desconocido de hombres, mujeres y niños fueron víctimas de los bombardeos y los éxodos que siguieron a la ocupación del territorio por parte de las fuerzas militares de Franco. En el conjunto de España, tras la victoria definitiva de los rebeldes a finales de marzo de 1939, alrededor de 20.000 republicanos fueron ejecutados. Muchos más murieron de hambre y enfermedades en las prisiones y los campos de concentración donde se hacinaban en condiciones infrahumanas. Otros sucumbieron a las condiciones esclavistas de los batallones de trabajo. A más de medio millón de refugiados no les quedó más salida que el exilio, y muchos perecieron en los campos de internamiento franceses. Varios miles acabaron en los campos de exterminio nazis. Todo ello constituye lo que a mi juicio puede llamarse el «holocausto español».” Paul Preston, El holocausto español.
        El Holocausto español y La política de la venganza de Paul Preston demarcan, acogen bastante ampliamente las temáticas de Los girasoles ciegos desde el punto vista exclusivamente histórico.
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“En 1940, España era una gran cárcel. Así se ha dicho. Después de la victoria franquista vino un largo período por parte del régimen de persecución de los vencidos, exterminio de los supervivientes, cárcel para los opositores, exilio para los derrotados y represión para los que osaron oponerse al dictador. Un tiempo largo de silencio y miedo espeso para todos los que entendieron que estar callados era la única forma de tratar de salvar la vida.” José María Calleja, El Valle de los Caídos.
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No todos fueron culpables o tuvieron la misma responsabilidad criminal: “Fue la derecha la que conspiró para organizar el golpe de Estado del 16-18 de julio de 1936, la que se preparó para la guerra y la que provocó la guerra. Por tanto, la responsabilidad recae sobre los sectores monárquicos y Alfonso XIII, sobre la CEDA, sobre la trama civil que participó en la conspiración dirigida por Mola y liderada por Sanjurjo y sobre los oficiales que se sublevaron entonces. Los republicanos, y Manuel Azaña en primer lugar, cometieron el grave error de no haber abortado la conspiración y Azaña de no haber reaccionado con fuerza tras el golpe de Estado.”, “Unos se alzaron en armas contra el Gobierno legítimo, constitucional, surgido de las elecciones democráticas del 16 de febrero de 1936 y otros lo defendieron. Y se sublevaron a partir de argumentos espurios que ellos mismos fabricaron.”, “Detener la solución de los problemas que tenía la República Española (la modernización económica, la modernización social, la modernización política, la distribución de tierras) ¿justifica medio millón de muertos, que son imputables en último término a quienes se sublevaron en julio de 1936?” Ángel Viñas, 75 años después. Las claves de la Guerra Civil Española.
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“Franco expresó su aprobación a la legislación alemana antisemita, declarando que la política hacia los judíos adoptada en el siglo XV por los Reyes Católicos había mostrado el camino a los nazis.” Paul Preston, El holocausto español.
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“El general Franco no ganó por sí solo la guerra. Fueron los jefes militares republicanos quienes la perdieron, desperdiciando miserablemente el valor y el sacrificio de sus tropas.” Antony Beevor, La guerra civil española.
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“… si bien estaba perdida hacía mucho tiempo [la guerra], dado el ingente apoyo material del Eje a Franco y la retracción culposa de las democracias hacia la República, había supuesto un aldabonazo en la conciencia de la opinión pública mundial que veía con aprensión el ascenso del fascismo en Europa y había aprendido del pueblo español las lecciones de la dignidad y la resistencia.” Fernando Hernández Sánchez, El golpe de Casado.
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Es curioso que, terminada la guerra civil en abril, enseguida poco después el 1 de Septiembre de 1939 los nazis invadieran Polonia. Sin duda corrobora que la guerra española fue el primer envite bélico del fascismo europeo para cerrar las fronteras por el sur. Creo que la segunda guerra mundial comenzó en España: los brigadistas internacionales sí que lo vieron, los aliados seguramente no quisieron verlo por intereses espurios (de hecho, ya en febrero de 1939 Francia y Gran Bretaña reconocen el gobierno de Franco). Creo que si los aliados hubieran parado los pies al fascismo en España, otro gallo hubiera cantado...
        Aunque autores como Stanley G. Payne, En defensa de España, lo duda: “El estallido de la guerra en Europa no dependió en modo alguno del conflicto español, y de una u otra forma la primera habría tenido lugar, aunque el segundo no hubiera existido. Es más, si la Guerra Civil se hubiera prolongado hasta el otoño de 1939, es dudoso que eso hubiera disuadido a Hitler de actuar en Europa central y poco probable que Francia hubiera querido luchar en dos frentes, acudiendo en auxilio de la República.”
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Usureros de la guerra: la usura en la guerra como la obtención de un beneficio desmedido a costa del dolor desmedido y ajeno de los vencidos especialmente, y también de todos los que padecen la guerra que es la inmensa mayoría.
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“… las ejecuciones masivas de posguerra se prolongaron nada menos que hasta 1945.[...] El encarcelamiento, también masivo, se prolongó para los llamados delitos de opinión política y de actividades sindicales, incluso hasta después de la muerte de Franco...” Ramón Tamames, La República - La Era de Franco, Historia de España.
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“En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo; pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado... Así nacen las ideologías, las doctrinas, las formas sangrientas.” Ciorán, Breviario de podredumbre.
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Substancias simples y unitarias, únicas, invisibles y metafísicas; pero en este caso añado, el que suscribe, sin dios que las armonice en el vacío, el uno solo, absolutamente solo ante la desolación y la muerte.
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“A pesar de toda la propaganda elaborada por el régimen acerca de los ‘largos años de paz’, la guerra civil continuó traumatizando la vida española muchos años después de que se terminasen las hostilidades formales. Lo que se vio en abril de 1939 no fueron unos comienzos de paz o de reconciliación; más bien se anunció la institucionalización de la venganza a gran escala contra la izquierda derrotada. Por varias razones, Franco se empeñaba más que nadie en mantener abierta la herida de la guerra. En el lenguaje oficial sólo existían «vencedores» y «derrotados», «buenos españoles» y «malos españoles», «patriotas» y «traidores».” Paul Preston, La política de la venganza.
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Era de Cantabria y viajó a los dieciséis años en 1937 a Madrid en plena guerra después que asesinaran a su maestro don Servando: “¡Yo quería ser un rapsoda entre las balas!” Se llamaba Eulalio Ceballos Suárez.
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Cerca de Sotre[s], Asturias.
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“Guarnición tosca de este escollo duro / troncos robustos son, a cuya greña / menos luz debe, menos aire puro / la caverna profunda, que a la peña; / caliginoso lecho, el seno obscuro / ser de la negra noche nos lo enseña / infame turba de nocturnas aves, / gimiendo tristes y volando graves.” Luis de Góngora y Argote, Fábula de Polifemo y Galatea, Estrofa V.
        Góngora describe la gruta agreste (honda, oscura y sombría como la noche entre peñas y frondosos árboles) donde Polifemo habita y de la que emergen del melancólico vacío (del formidable bostezo de la tierra) una turba de siniestros murciélagos (mus, murciego, ratón ciego), los signos volantes del mal augurio.
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Esa imbricación entre relatos (aun mínima, por algunos personajes, escenarios y tiempos) le da por un lado la continuidad del relato general del dolor traumático de los españoles, de lo que comparten (como uno solo y único relato de las derrotas habidas); y por otro lado la discontinuidad por los intersticios de la obra en su conjunto, de lo mucho que falta por contar, de la materia oscura, de lo que todavía no es ni testimonio, pero lo imaginamos: como el alarido de los que han padecido sin rostro, de los que nunca serán noticia histórica ni literaria, sino trágica estadística. Esas imbricaciones son: el primero con el tercer relato (el del encarcelamiento y los fusilamientos sumarios), el segundo con el cuarto relato (el del exilio y la huida y el silencio); pero conectados por el miedo que desgasta, que pesa en los personajes. Tal vez Los girasoles ciegos podría hasta considerarse una obra compuesta de cuatro capítulos por su sólida cohesión temática, estilística, de género, de escenarios y de tiempos, de tonalidad… Por ejemplo, en lo paratextual el autor califica de capítulo el segundo relato en la nota a pie de página; incluso los intertítulos (las cuatro derrotas) y el epígrafe funcionan de adherente para todas las historias contadas en el mismo marco.
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Evoca la Rayuela, de Julio Cortázar, el capítulo 68.
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[Tempus fugit,] sicut nubes, quasi fluctus, velut umbra: [El tiempo huye] como una nube, como una ola, como una sombra. [Al parecer del] Libro de Job.
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Recuerda el lenguaje de este diácono fanatizado (como de los iluminados por dios) a las arengas terroríficas de Mola o Queipo o Millán Astray, líderes militares golpistas conocidos por sembrar el Terror de las purgas generalizadas, de la masacre y el asesinato sin piedad. Decía Mola: “Hay que sembrar el terror… hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros. Nada de cobardías. Si vacilamos un momento y no procedemos con la máxima energía, no ganamos la partida. Todo aquel que ampare u oculte un sujeto comunista o del Frente Popular, será pasado por las armas”; o también decía: “¿Parlamentar? ¡Jamás! Esta Guerra tiene que terminar con el exterminio de los enemigos de España.”
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No hay poder sin Dios.

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